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Excursion al Cerro Champaqui

Alojamiento

Excursion al Cerro Champaqui

Los aficionados al andinismo y excursiones de alta montaña tienen la oportunidad de escalar el cerro más alto de las Sierras de Córdoba y contemplar desde el Valle de Calamuchita, uno de los panoramas más emocionantes e inolvidables que hacen recordar a un escritor serrano...

"... ¡Traed los muchachos a la sierra...
¡Dejad que se ennoblezcan de montaña
-Yo que soy montañés sé lo que vale,
la amistad de la piedra para el alma..."

Con entusiasmo y voluntad firme se puede llegar fácilmente al Cerro Champaquí por dos caminos opuestos. Tomando como punto de partida Santa Rosa, hay un buen camino de automóvil hasta Yacanto. Desde aquí el trayecto -debe hacerse en mulas o caballos serranos que puede arrendarse con un buen guía en la casa de Juan Carlos Vélez. Desde Yacanto de Calamuchita en rumbo hacia el Oeste, el camino de herradura pasa por la estancia de San Miguel. Cruza el río Tabaquillo a la altura del puesto de Pepe Martínez y ascendiendo por la margen derecha de este hermoso río serrano, afluente del Santa Rosa, se llega al lugar llamado "El Catre", de Carlos Olguín. En este paraje conviene hacer un alto para dar resuello a los caballos y se llega, después de una corta jornada, a una profunda quebrada al borde de un bosque de tabaquillos, árbol típico de la Sierra Grande. Desde aquí, después de cinco horas de marcha desde Yacanto, se avista la casa de don Tomás Domínguez, antiguo poblador de la zona, que es un representante auténtico de la hidalguía y hospitalidad serrana. De esa antigua estirpe castellana que se desprenden de sus propias personalidades para ofrecerle al visitante. Su casa es el refugio obligado para descansar, comer y dormir antes de abordar el escalamiento del Cerro Champaquí.

El otro camino es el de Villa Belgrano y desde aquí en automóvil hasta Athos Pampa o Villa Alpina, donde pueden contratarse mulas o caballos en casa de Abud Manzur o de Ernesto González, para continuar la marcha por el camino de herradura de la Mesilla -nombre de un cerro en forma de meseta- a cuyo pie vive don Cruz Ramírez, lugar donde conviene apearse para hacer un descanso y recuperar energías. Después se empieza a trepar por el empinado Cerro Mesilla en una continua ascensión que dura dos horas, para continuar por el llamado "Gateado muerto" hasta llegar a casa de don Tomás antes de la puesta del sol.

En nuestra primera excursión elegimos el camino de Atos Pampa y Sol de Mayo, con las mulas acondicionadas y las alforjas con provisiones y ropas de abrigo. Siguiendo los consejos de comer frugalmente, colocamos abundantes cítricos, chocolate y pastillas de glucosa. A las doce estábamos al lado de un arroyo, debajo de los sauces, al pie de la Mesilla, saboreando un jugoso asado hecho al asador, atravesando la carne con una varilla de sauce mimbre y con leña de tabaquillo.

En esta áspera y dificultosa ascensión de la Mesilla que hacemos en horas de la siesta, abordamos el cerro por el Norte y tenemos la sensación de que recién empieza la verdadera excursión. El cerro Mesilla es imponente. Es una gigantesca planicie en su cumbre, en forma de lomo de ballena, del que descienden numerosos arroyos. Una amplia y profunda quebrada lo separa del Cerro Negro, que es donde nace el Río Reartes y a cuyo pie se encuentra Villa Alpina.

Los caballos sudan y resuellan con dificultad en la brusca y continua ascensión, donde debemos vigilar continuamente las cinchas, hasta que llegamos a la cumbre de la Meseta. Desde aquí nos detenemos a contemplar el panorama grandioso. Vemos las minas de cromo del Cerro de los Guanacos y las casitas blancas, con techo rojo de Yacanto, que parecen sembradas a boleo y dispersas en la lejanía. El aire es fino y fresco. Marchamos al paso, entre pajonales y alta gramilla -rico pasto natural- que la mula baqueana pellizca al pasar.

A las tres horas de marcha, descendemos por la quebrada de "los socavones" hasta llegar a un arroyo en busca de sombra y descanso reparador. Desatamos las mulas, que habíamos sujetado con un lazo para que no se vuelvan al pago, y reiniciamos la marcha, de pronto, cambia bruscamente el panorama, que de verde se hace agreste y áspero en un verdadero desierto de piedra.

Los ladridos de perros nos anuncian la proximidad de una vivienda cercana escondida entre rocas. Es la casa de Ponce, que vive rodeado de sus perros leoneros, para cazar los pumas que hacen daño en su majada y en los de sus vecinos. Nos impresiona esta casa de piedra incrustada entre cerros de la Sierra Grande, que nos hace pensar en nuestra pequeñez frente a la Naturaleza grandiosa y nos angustia imaginar lo que será una noche de violenta tormenta en esta soledad.

En su lucha contra las inclemencias del tiempo, el serrano hace su vivienda de techo bajo y de piedra, muy protegida de vientos entre grandes cerros. Son las seis de la tarde, cuando el sol nos ilumina de frente, de un modo distinto al que estamos acostumbrados en la Sierra Chica. Proyecta sus conos de sombra sobre los grandes cerros, entre ellos –los tres diablos-, que todos confunden con el Champaquí. Empieza a hacer frío y sentimos una sensación de alivio cuando distinguimos la casa de don Tomás Domínguez, cerca de una capillita.

Numerosas ovejas cruzan nuestro camino, pues los manantiales y arroyos nutren a un pasto especial que engorda las majadas, llamado "pasto crespo".

Al llegar aligeramos las mulas y las encerramos en un corral cercano al nacimiento del río Santa Rosa, que pasa frente a la casa de nuestro amigo.

La vivienda de este viejo serrano -verdadera casa refugio- está hecha de material transportado desde San. Javier y Athos Pampa, en mulas cargueras. Sus techos son de madera de álamo y de tabaquillo, que es el árbol de la región. No hay clavos y las maderas de la casa están citadas con tientos de cuero. Las habitaciones son agradables y limpias. Las colchas de cama son de lana, bordadas con motivos de la sierra, flores silvestres y los colores son teñidos por ellos mismos.

Después de elogiar esta artesanía local, nos sentamos en sillas bajas de cuero crudo, en el patio de la casa, donde un cordero marcha despacio a la parrilla. Es la hora del fogón, en que el hombre siente la necesidad del calor humano y del acercamiento. Es también, la hora del silencio, de la meditación y de la confidencia. Mirando el fuego, mientras rueda el mate, el serrano abre su alma a la conversación, de la que es siempre esquivo, parco y sentencioso. Le preguntamos a Don Tomás:

-¿Cómo encuentra la madre a su cordero separado y confundido en un corral entre cientos de ovejas?
-Por el balido -dicen unos.
-¡Por el olor! -afirman otros.
Hasta que Don Tomás, siempre conciliador, dice con picardía:
"¡Debe ser por el balido y por el olor!"

La conversación toma otros giros y uno de los grandes atractivos de la Sierra Grande es conversar con sus pobladores. Ahora este noble criollo para quien la sierra no tiene secretos, nos habla de los pumas de la región y de sus costumbres. Nos dice: "El puma conoce muy bien todo lo que sucede en un determinado radio de la zona, que recorre siempre de noche en forma periódica. De ese modo sabe todas las novedades, los animales que han nacido, la ausencia de vecinos..., es decir, que conoce muy bien la región. La que más daño hace entre las majadas es la leona, que para enseñar a jugar a sus cachorros, mata a veces 20 6 30 ovejas y come solamente de una oveja, la parte más gorda, que es el pecho. De un solo golpe las desnuca". Nos ofrece la petaca para armar un cigarrillo y continúa: "...No solamente nos hace daño en las majadas, sino que come los potrillos. El yegüerizo es un animal que se asusta y tiembla todo cuando siente la proximidad del puma y es curioso saber que la mula es la que mejor se defiende. Por eso, siempre que nace un potrillo, tenemos cerca nuestras mulas...". Don Tomas nos relata cómo ha muerto pumas con la ayuda de sus perros leoneros, que lo "empacan" arrinconándolo contra una roca o un árbol de tabaquillo, hasta que proporciona un blanco para darle un estacazo y terminar con su vida!
Es hora de dormir, pero no tenemos sueño. La altura desvela y el aire excitante predispone a la charla cordial, pero debemos acostarnos. Antes de hacerlo miramos al Poniente y allí al frente, en la claridad de esta noche estrellada, el Champaquí nos mira..., majestuoso y desafiante...

Escalando el cerro. Al amanecer hacía frío. Las diferencias de temperaturas antes y después del sol, son muy marcadas en la Sierra Grande. El guía amigo, tenía el cuerpo medio -desigualado" y para igualarlo tomó una doble ginebra. La ascensión la hacemos a pie y puede llegarse a caballo, haciendo un gran rodeo hasta muy cerca de la cumbre del cerro. El mejor calzado para no resbalar son las alpargatas o la suela de goma. En las alforjas y en los prácticos "Rucksack" llevamos camperas, medias de lana, pulóver y un poncho, que son muy necesarios, aún en Verano. Como provisiones, carne y abundante fruta cítrica. Sabemos que son tres horas de marcha fatigosa lenta, en las que debe subirse despacio, a paso corto, con intervalos de descanso cada 20 ó 30 metros.

Con estas precauciones se evitan trastornos circulatorios, como mareos, palpitaciones y estados de angustia. Al partir, cruzamos un arroyo que el comienzo del río Santa Rosa, que recibe el agua de las numerosas vertientes y ojos de agua de las laderas del cerro. Caminamos despacio, entre moles de áspera piedra, cruzando profundas quebradas rodeadas de bosques de tabaquillos, con los que hacemos bastones que nos servirán después para hacer fuego. Después de los 2500 metros no encontramos más este típico árbol de la Sierra Grande.

Nos detenemos al borde de una quebrada y gritamos al modo tirolés: ¡Holali ú... ú... ú... ! Y el eco nos repite dos y tres veces como una burla lejana. Impresiona la claridad de la voz y la respuesta de este eco sonoro, que es una de las notas de atracción en la excursión al cerro. Continuamos escalando moles gigantescas de piedra y franqueando precipicios con grandes rodeos. A las dos horas de marcha, encontramos numerosas vertientes de agua que nutren a un pasto natural, muy buscado por las majadas de ovejas y vacunos de Tomás Domínguez. Ahora marchamos entre la gramilla húmeda y helechos de forma original, hasta que llegarnos a una gruta, con una gran piedra como cornisa y a cuya entrada hace guardia un grueso tabaquillo.

¡Es muy viejo este árbol -nos dice Mario Sánchez, que hace de guía-, por eso está aquí!"

Penetramos en la enorme gruta, donde los amigos del Champaquí han estampado su nombre y las fechas de excursión, como un recuerdo de simpatía a la conquista del cerro. Esta gruta es, sin duda, similar a la Incacueva de Humahuaca, descripta por Cieza de León, que ha servido de atalaya y de refugio a viejas tribus indígenas. Puede albergar a veinte personas a caballo, por su altura. Es la gruta de la leyenda del Champaquí.

Al salir de la gruta, uno de nuestros amigos estaba fatigado y deseaba descansar. En presencia de la Sierra Grande, las personas reaccionan de dos formas distintas. Unos están satisfechos de admiración ante la grandeza salvaje de la Naturaleza; frente al espectáculo primitivo que evoca las primeras edades de la Tierra, y sienten, en contacto con los grandiosos elementos naturales, la presencia de Dios. Otros, no ven sino vacío y tristeza, masas de roca que destilan aburrimiento. El camino de los cerros es una prueba del carácter y un temple de la voluntad. Hay jornadas que se hacen únicamente con la firme voluntad, pues el cansancio físico invita al reposo. Se produce en toda excursión un estímulo y un emulación entre todos, donde ninguno desea quedarse y abandonar la empresa.

Los cerros se conquistan con paciencia, estudiando el modo de abordarlos sin riesgos, con rodeos pero con el propósito de vencer, y allí reside el secreto y la atracción de las montafias. Una hora más y el Champaquí no tendrá secretos para nosotros. A fin de no perdernos al regreso, jalonamos el camino con piedras blancas, que colocamos sobre grandes rocas, en lugares visibles a la distancia. Llegamos al último desfiladero, verdadera avenida entre dos enormes bloques de piedra maciza y nos inclinamos a beber el agua fresca que surge de las vertientes a esa altura.

Aquí encontramos hermosas flores de vivos colores. Son pocos los que conocen las escasas praderas verdes de las laderas del cerro, donde surgen gencianas, campanillas, lirios, florecillas rojas, azules y amarillas, digitalis, etc. Recordamos que en los Alpes de Baviera y el Tirol hay una flor blanca llamada "Edelweis" que nunca se seca y es el mejor regalo que un montañés puede hacer a su novia.

El viento frío y los riesgos nos devuelven a la realidad, pues desde este momento todo es roca y debemos avanzar con cuidado, descansando a cada metro de marcha. Para alcanzar la cúspide del cerro, que es un gigantesco plato con bordes de piedra, debemos trepar con pies y manos. Estas grandes rocas, que forman una barrera natural, contornean una laguna de agua cristalina de 20 por 30 metros cuadrados. A su vista, una viva emoción se apodera de todos. ¡Hemos llegado al Champaquí! Esta laguna de agua clara en su cumbre, un busto de bronce del Gran Capitán de los Andes, que mira hacia la Cordillera, sacuden nuestros sentimientos, en esta hora de triunfo. En lenguaje gráfico y serrano, nos dijo Chicho Torres: ¡Siento como un espeluzno!

Caminamos despacio y para no sentir vértigo nos acostamos mirando el horizonte infinito. Nos asomamos hacía el Oeste, al otro lado de la Sierra Grande, y el paisaje es de ensueño, de una región de fantasía. Como si fuera el despertar brusco de un sueño, con la campiña verdosa y los pueblitos serranos que parecen descansar al fondo de la llanura... Desde los bordes del plato de la cumbre del coloso cordobés, vemos el encantador valle de San Javier. Desde los 3.000 metros de la montaña cortada a pico, vemos en el fondo del abismo, las casitas diminutas, los álamos chiquitos. Allí abajo parece insignificante todo lo que el Hombre ha creado y que es el sentido de sus vidas. El espectáculo es conmovedor y lo contemplamos en silencio Es el premio a la conquista...

El Champaquí majestuoso y desafiante, parece expresar: "Podría saltar en mil pedazos y destruir todo aquello que es la felicidad de los hombres... casas, árboles, vidas". Allí abajo, el Rey de la Creación -el Hombre aparece en un plano secundario. Volvemos a pensar que la Naturaleza es Dios y que Dios es la Naturaleza. La misma fuerza poderosa y desconocida que ha creado estas gigantescas moles de piedra, estos valles, arroyos y las bellas flores silvestres, su rico colorido, esa misma fuerza es la que nos ha creado... Interrumpo los pensamientos para contemplar nuevamente en silencio de éxtasis, algo que no cansa mirar. Queremos fijar el panorama; allí al Sur está Yacanto, las pilcas de piedra son cercos de cartón, casitas blancas de muñecas arroyos como hilos, árboles como plantas de jardín. Al frente nuestro, sobre una -Playa arenosa, el río que separa a Villa Dolores. Al Norte, entre la bruma con reflejos azulados, el Dique de la Viña. Más allá Mina Clavero, Nono y la Pampa de Pocho. Como olvidados del mundo terreno, permanecemos inmóviles, conmovidos, mirando el paisaje que nunca llena. Encima de nuestras cabezas vuela un aguilucho, -mejor aún- no vuela, se mece, se deja llevar, se abandona inmóvil sin aleteos, al viento de las alturas, que lo lleva en un placer de volar...

Buscando un refugio de piedra cerca de la laguna, nos alejamos del borde. Hacemos fuego con los bastones de tabaquillo y mientras el asado marcha, envuelto en el poncho, nos acostamos en la cumbre del Cerro... Cerramos los ojos y en la imaginación desfilan los recuerdos...

...Aquella muchacha de hermosos ojos verdes, admiraba el mar sin comprender el lenguaje telúrico de los cerros. Me parecía oír su voz... -el mar es cambiante, atrayente, nunca es el mismo... estaría horas tendida en la arena, viendo las olas que vienen y van... Esto me atrae... me tranquiliza y hace feliz.

-La montaña es siempre distinta –respondí-, al amanecer, en los días de niebla, después de la lluvia, con nieve, las noches claras. Creo que el mar es irritante y agresivo. Cuando las olas rompen en los acantilados y sólo queda espuma... la nada... El mar desespera... la montaña nos afirma en la vida.

En la cumbre del coloso, el viento parece traer su respuesta: -¡Grandes espíritus como Byron, Schelley, Withman, Darío, Hugo, Rimbaud, tienen siempre presente la nostalgia del mar...

En el desfile de recuerdos del tiempo pasado está presente la poesía de Becquer:

... Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén
¡tenías que romperte o arrancarme!
¡No pudo ser!

.. Hermosa tú, yo altivo acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder
la senda estrecha, inevitable el choque
¡No pudo ser!

Siento la voz que llama a comer. El asado está concluido. Despierto a la vida. Estaba soñando en las alturas.

Sección especial
Excursion al Cerro Champaqui de Historias y Leyendas del Valle de Calamuchita por Sergio Mayor - Córdoba 1970 -

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